La veo ahora en el supermercado con un niño de la mano. El niño, está muy claro, es su hijo. Tiene pecas el niño, va en ojotas y con el cabello cortado a máquina por una mano poco hábil. Hace un calor del carajo.
La saludo a distancia con cierta timidez, un asentimiento de cabeza, una mano apenas levantada, un dedo en alto.
Ella se acerca, sonríe.
–Cómo estás –le digo.
Ella hace un comentario acerca de lo caro que está todo, el precio de las naranjas, de cómo se casó y se divorció casi de inmediato, de su pequeño prodigio que se llama Brian, de las cósmicas injusticias que trae aparejada la condición de inquilino, las ofensas que se deben soportar en un trabajo como docente, cuando si hay alguien que va a salvar al mundo son los docentes encargados de tratar con el más preciado de los materiales, mejorar el futuro.
Luego hace silencio, se queda callada. Yo levanto la vista, pero no hay ninguna revolución, ni una pizca de semiótica en ninguna parte. Sólo la góndola de los quesos con ese olor tan particular, tan característico.
3 comentarios:
Hay personas que se creen más grandes que la vida que les ha tocado.. y sufren, ya lo creo que sufren, no hacen más que golpear la inamovible pared del mundo con la sola fuerza de su voluntad...
... y, adivina, el mundo nunca se mueve.
*beauséant! absoluta cooperación con lo inevitable, dijo el sabio. saludos.
*beauséant! el deseo se satisface en el recorrido. pegale a la pared con la cabeza, y con la cabeza de la chota también, por hacer algo. saludos.
*beauséant! nada, saludos again.
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