Hay que sentar a la persona en cuestión en una silla, se le puede ofrecer un café, un té, un vaso de agua. Y se le pregunta, a la persona, se le hace una pregunta, una sola pregunta.
Ah, la pregunta, sí.
–Dígame qué le gusta.
Si la persona repregunta, por ejemplo, si dice ‘¿qué cosas o qué actividades?’.
Si la persona busca un cigarrillo y pregunta si se puede fumar.
Si la persona dice ‘¿Cómo? ¿Me repetís la pregunta? Estaba distraído, no escuché bien’.
Si la persona se alisa el pelo o se rasca la nariz o mira por la ventana haya o no ventana en la habitación. Si resopla o suspira.
Si la persona tantea con una mano para sentir, desde el tacto, dónde está su billetera o su teléfono celular.
En cualquier caso, si la persona no contesta en menos de nueve segundos sin dudar, sin subir el tono de voz, sin gesticular demasiado ni reírse, si la persona no consigue contestar de inmediato bueno. No, no importa si tenés la foto de tus hijos de protector de pantalla o si reservaste para la segunda quincena de Enero en Buzios, tampoco importa si te nombraron subgerente regional ni si vas al gimnasio tres veces por semana ni si tu último chequeo te dio que tenés los glóbulos rojos peinados con gomina. Tampoco importa lo que vas a decir, en esta preciosa ocasión no tiene importancia nada de lo que estás pensando.