Ella me vino a decir que se iba a tomar un blister de pastillas, Rivotril, Alplax, Lexotanil, con alcohol. Se iba a sentar a ver la tele mientras se quedaba, suponía, dulcemente dormida, para no volver a despertar jamás. Le dije que ni se le ocurriera usar mi whisky, me habían regalado un single malt del carajo (un laphroaig). Total ella no entendía un pomo de bebidas, le ponía jugo al vino, cualquier cosa.
Ella me vino a decir que se iba a cortar las venas, se iba a meter en la bañera llena de agua caliente y se iba a cortar las muñecas con un cuchillo opinel que nos habían regalado especial para filetear pescado. Se iba a sumergir por completo en el agua muy despacio para luego desangrarse, se iría de viaje, se hundiría su nave. Le recordé que no dejara la canilla abierta de la bañera, ya habíamos tenido quilombo con los del sexto B por una pérdida de nuestro baño y el consorcio había dicho que ese gasto no le correspondía. Le dije que pusiera unos toallones al costado de la bañera por si caía algo de agua, esa rejillita de morondanga a veces tardaba un montón en absorber el agua.
Entonces ella descubrió que si se suicidaba el mundo seguiría girando. Seguiría habiendo fútbol los domingos, alguna de sus amigas adelgazaría, alguien cambiaría el auto.
Ella vino y me dijo que lo había pensado bien y ya no le interesaba. Se ponía mal sólo de oír hablar del tema.