20.11.22

Malabares


Una de las cosas interesantes que suceden al envejecer, no digo la única, es que comienza a ocurrir algo. Se desata un proceso, una sucesión de situaciones, todas malas. Como si una aplicada gárgola se divirtiera obligándote a dejar de lado tu obsesión.
Te estás quedando pelado, por ejemplo, desde siempre, desde chico. Prestás atención a cada pelo que te abandona, dedicaste particular energía a cada tratamiento inventado para combatir la caída del cabello. Y te salen hemorroides, for example. Te das cuenta una mañana cualquiera al ir al baño. Pasamos entonces del pelo al culo para nunca más volver.
O sos una chica bonita, delgada, te sacaban a bailar lento desde la época de los bailes del colegio. Pero tenés várices, algunas azules ramificaciones detrás de tu rodilla derecha, laboriosas arañas tejiendo su indolente red. Tu madre tenía várices, desde que podés recordar. Tu abuela tenía várices, también. Vas a la playa, en verano te gusta usar bikini. Te preocupan un poco las várices, confiás en tus piernas desde siempre para abrirte paso en la vida, y para caminar, también. Y un día mientras te bañás tocás un bultito, algo pequeño, como una arveja quizás, en tu teta derecha. Y listo. Las várices pierden el protagónico, las várices van a tener que esperar.
Podríamos seguir con los ejemplos. Para qué molestar, para qué aburrir.
El asunto, claro hasta la desmesura, evidente hasta la extenuación, es que el perro va a tener que dejar de morder su preferido hueso. Estar vivo es una fantástica tormenta que te va a mojar hasta el alma, a nadie le importa si se te hacen moco esos zapatos nuevos.

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