Volvía despacio, caminando unas cuadras, pasé por la puerta de un Farmacity y noté que el perro venía hacia mí. Fue un instante nomás, levanté la vista y miré al perro a los ojos y el perro salió como disparado.
Era un setter irlandés mezclado con algo, tenía el pelo brillante y oscuro. Arrancó desesperado pero sintió el tirón de la correa. Lo tenía una chica de veintipico en jogging y remera que parecía haber bajado a comprar algo.
El perro insistía con todas su fuerzas por venir a mi encuentro, la chica avanzó unos pasos Era claro que el perro no era agresivo ni quería hacerme daño. Desbordaba entusiasmo.
–Bueno, bueno –me arrodillé, lo abracé, pareció calmarse un poco. No hay nada más lindo que abrazar a un perro, es la verdad–. Ya está, master. Acá estamos.
–No entiendo –me hablaba, la chica, desde arriba–. Por lo general no se deja ni tocar por extraños. Te debe haber confundido con alguien.
–No –dije, el perro me lamía una mejilla–. Es una cuestión de energía. El perro siente mi energía, yo permanezco abierto a la apertura, como diría Heidegger, pero lo puede haber dicho Gary Cahill lo más bien. Soy el espacio que celebra su existencia, de hecho, en este instante somos lo mismo, podríamos decir que soy él. Eso es lo que pasa.
–Es raro –la chica me miraba y negaba con la cabeza–. Nunca me había pasado.
–Bueno, campeón –lo rasqué un poco en el cuello, lo miré a los ojos–. Me tengo que ir. ¿Te trata bien?
Ladró el perro, como si hablara.
–Bueno, bueno, está bien.
–¿Qué te dijo? –Me preguntó la chica, se reía, era linda.
–Dice que lo querés –me puse de pie–. Pero que lo retás cuando quiere dormir arriba del sillón. Y dice que también, bueno, una vez hiciste algo –hice una pausa–. Algo que no corresponde, pero no vamos a hablar de eso.
–¡Es increíble! –se ruborizó, la chica–. O sea, no puede ser.
–Bueno, el perro está bien –le dije, le apoyé una mano en el hombro–. Cuidalo mucho, te quiere de verdad.
Se pasó la mano por el pelo.
–Si querés dame tu teléfono y te invito un día a tomar algo –dije–. Si no querés no pasa nada, está todo bien.
Me dio el teléfono. Se llamaba Tamara, nos despedimos con un beso en la mejilla.
La verdad que el perro no me dijo nada. Pero la mayoría de las veces para saber lo que te pasa, lo que hacés, no hay más que mirarte un poquito la cara.
7 comentarios:
Ud. y los perros. Siempre. Gracias.
Como relato, es muy bueno.
Como idea, es excelente.
Como artimaña para conseguir el teléfono de una hermosa señorita... bueno Hundred, debo confesarle que me hubiese encantado haber tenido su idea en mis años dorados. Existieron no obstante algunas otras, eficaces aunque no tan originales por cierto.
Le envío un gran saludo.
*dany! sí, los perros siempre. es bueno saber de usted. saludos.
*alberto arenas! usted parece dudar de la veracidad de mis palabras. el sargento primero calvi le hubiera dicho: qué la duda! saludos.
Si mi perro te quiere... ya está!
Amé este relato.
*flor! también hubo un asesino serial de lo más célebre, que cuando fue capturado dijo que mataba obedeciendo las estrictas órdenes del perro de su vecino. son situaciones, diría el señor burlando. saludos.
No se. Me gustan más las memorias de Casanova, dónde por lo general le va mal: pisa sorete de perro, lo mes, o le saca del bolsillo el Faso, y la mina lo deja para siempre
*frodo! estimado, hasta los más rabiosos perdedores aciertan de tanto en tanto. digamos que Dios también da propinas, saludos.
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