30.6.20

Otras flores


Fui al cementerio. Domingo a la mañana. A ver a mi padre, bueno, es una manera de decir, a la tumba de mi padre.
Murió mi padre, hace más de diez años, bastante joven. Una buena persona, además, no debió morirse. Quedamos devastados, pero, por incomprensible que parezca, pasa el tiempo. De alguna manera se sigue. Seguimos todos, me parece un buen título para un libro de poemas. Ganaron los malos, sería otro título, no me peguen en el piso podría ser otro. Tengo más, títulos, pero no los libros, cosas que pasan.
Paré el auto. No debían ser ni las nueve de la mañana, y hacía frío. Me acordé de mi padre, no sé por qué, la noche anterior. Una frase que él solía decir y que yo de pibe no entendía, pero después sí. Después la entendí.
Cuando llegaba mi padre de trabajar ponía el noticiero, a la hora de la cena. Entonces, ponele que pasaban alguna catástrofe natural. Etiopía, donde raquíticas madres al borde de la inanición sostenían contra sus torsos a unas criaturitas del tamaño de un roedor, criaturas que eran puro ojos. Miradas desesperadas, del más puro estupor y hambre mientras las moscas se les posaban sobre los párpados no sé por qué, y ni las madres ni los chicos tenían la fuerza para espantar esas moscas. O ponele que mostraban unos refugiados que acababan de llegar a tierra, escapando, siempre escapando después de haber estado dos semanas en medio del embravecido mar viendo cómo el sol les derretía los ojos, tomando agua salada, casi desnudos. Tirando de la balsa a los que estaban desvanecidos para no hundirse, para así poder seguir.
–Esos tipos la pasan mejor que nosotros –decía mi padre mirando la televisión, muy serio, y seguía comiendo.
Dejé el automóvil, caminé. Se iba a largar a llover en cualquier momento. Seguí por el sendero, doblé, seguí. Nadie, por suerte. Un señor a lo lejos, bastante mayor, con un ramo de flores amarillas, de pie, como si estuviera esperando el colectivo de la muerte.
Una mujer. Una mujer demasiado cerca de la tumba de mi padre. Me acerqué. Me acerqué más al pequeño rectángulo de losa empotrado en el pasto.
–Buenos días –dije, porque la mujer estaba demasiado cerca, las losas están prácticamente una al lado de la otra. Hay poco espacio hasta para morirse, signo de los tiempos. Eso pensé.
–Sos igual –levantó la vista, la mujer–. Igualito.
–¿Eh? –me sorprendí. Retrocedí un paso.
–Igual a tu padre –dijo la mujer. Se acomodó un poco el gorro de lana que llevaba puesto.
–No entiendo –dije. Jamás había visto a esa mujer en mi vida, de eso estaba seguro.
–No, claro –dijo la mujer, sonrió–. Si no me conocés.
–No.
–Yo fui amante de tu padre.
Hizo una pausa. Tenía ojos claros, muy claros, y era bajita. Nada que ver con mi mamá.
–No –dije otra vez. No sabía qué decir.
–Sí. Conocí a tu padre cuando tenía unos cincuenta años, en una oficina. Yo trabajaba ahí, también. Nos vimos, empezamos a vernos. Me dijo que no podía dejar a su mujer. Estaba muy orgulloso de vos, decía que te iba bárbaro, que ibas a hacer un carrerón. ¿Tenés una hermana, no?
–Sí –dije.
–Me mostraba las fotos de sus nietos, de los hijos de tu hermana. Se le llenaba la cara de luz, adoraba a esos chicos.
–No –dije–. No puede ser.
–Sí, querido. Nos vimos como diez años. Tu padre era un gran hombre, yo lo adoraba. Nos conocimos tarde en la vida, qué podíamos hacer.
Tremendo. Imposible y tremendo. Mi padre había tenido una amante a la que veía los domingos a la tarde, mientras mi madre se iba a jugar con sus amigas a las cartas. ¿Tenía que contárselo a mi madre? ¿Hacerle daño? ¿Para qué? Quizás hablarlo con mi hermana, ella tenía derecho a saberlo, no sé.
–¿Esto es Acacias, no? –la mujer miró al cielo–. En cualquier momento se larga a llover.
–¿Eh?
–Si es Acacias, este sector.
–No –dije–. Es Camelias.
–Ah, entonces olvidate –la mujer miró su reloj, se abotonó el abrigo hasta bien arriba. Usaba una bufanda de color bordó–. Entonces no conocí a tu padre. Me equivoqué de tumba. Pero viste cómo es, todo tan parecido.

6 comentarios:

f dijo...

llueve.
está frío.
los muertos muertos están....
que necesidad??

muy bueno el texto.
lamentable...

Mar dijo...

De lo mejor que te he leído.
Impecable, puro estilo Hundred.
Suya,
siempre.

J. Hundred dijo...

*f! estimado, esto es importante, usted va a saber entender. lo abrazo.
https://www.youtube.com/watch?v=GUbajbmfsH8

*mar! estimada, lo mejor ha quedado tan lejos que lo único que podemos hacer es arrancar el espejito retrovisor. la abrazo.

Frodo dijo...

Cosas que pasan, podría ser el título de este libro.
Sí, es una canción de José Larralde. Cosas que pasan.

Cuando hay mucho diálogo entre tus personajes se da otra cosa que en tus soliloquios no se da. No se si es bueno o malo, o sólo diferente. Se la dejo ahí. Y me voy.





Y ya desde lejos le grito:
¡Lo felicito!

José A. García dijo...

Decí que no se me ocurrió antes, pero estaría bueno hacerlo alguna vez, confundir a la gente, un poco más. Sólo un poco más.

Saludos,

J.

J. Hundred dijo...

*frodo! sí, por lo general cuando uno habla con otros pasan cosas diferentes a cuando uno habla consigo mismo. usted ha descubierto la pólvora, y quizás, si se esmera, a polvorita. lo saludo.

*josé a. garcía! la gente es mala en todos sus envases y sabores, pero eso usted ya lo sabía. lo saludo.