6.10.15

Las fuerzas de la naturaleza


Pasó de casualidad, por decirlo de algún modo, aunque todo bien mirado no es mucho más que una gigantesca casualidad. La mayoría de las cosas suceden ajenas a la voluntad de las personas. Que la persona lo sepa o no, bueno, eso es otro tema.
Volví de un viaje a la India, siempre había tenido ganas de ir a la India, porque me parecía que todo lo que había que saber, en el campo de la espiritualidad digo, bueno, salía de ahí. Me llevaron a ver a un gurú, ojo, tenés un gurú cada media cuadra, pero este gurú en particular nos ofreció un rito de iniciación que consistía en un mantra, un ejercicio de respiración, y una purificación en el Ganges. Nos pidió poca plata, así que me pareció razonable. Después de todo, para eso había ido a la India, era eso o comprar una moto y salir a recorrer la Argentina hasta pegarme un palo y quedar todo roto. La vida no tenía mayor sentido, me había venido grande.
Volví de la India, a seguir con mi vida. Y un día le dije a Mónica que se sentara frente a mí. En una silla, claro, así como estaba, en bombacha y corpiño.
–Qué pasa –dijo Mónica. Andaba cansada con su trabajo en el hospital, era enfermera y no tenía ganas que le pidiera cosas raras. Un polvo rapidito y a dormir, había estado todo el fin de semana de guardia.
–Te voy a hacer acabar –le dije–. Con la mirada.
–¿Eh?
–Vos cerrá los ojos, yo ni te voy a tocar. Van a ser, como mucho, cinco minutos.
–¿No preferís que te la chupe un poquito, Juan? –Mónica volvió con una silla de la cocina–. Te la chupo y después me dejás ver un rato la tele tranquila.
–No, dale –le indiqué que se sentara, en la silla. Yo estaba sentado en el borde de la cama–. Vas a ver.
La miré, justo entre los ojos, donde se supone que está ‘el tercer ojo’. Miré sólo ese punto y nada más. Con la mente en blanco.
Pasaron dos o tres minutos.
–¡Aaahh! ¡Así, así! ¡Ahhh! ¡AH! –Se retorció, Mónica, en la silla. Casi se cae al piso. Abrió los ojos, abrió los brazos, también.
–¿Cómo hiciste? –Se puso de pie, tenía la bombacha empapada–. No entiendo, fue el mejor orgasmo de mi vida. Todavía me tiemblan las piernas.
Se ve que Mónica se lo contó a un par de amigas del hospital, pero no le creyeron. Me preguntó si podía traer a una amiga, para que se lo hiciera, con la mirada, igual que a ella.
Le dije que sí, pero que mientras se lo hacía no podía haber nadie presente. Ella podía esperar en la cocina.
Vino con una mujer de unos cincuenta años, pelo corto, bastante excedida de peso. Le indiqué el procedimiento, que se desvistiera y se sentara en la silla con los ojos cerrados. Le dije que no iba a tocarla, me miró como diciendo ‘si querés tocarme, no hay problemas’.
Cerró los ojos. Me puse de pie y comencé a mirarla desde arriba, esta vez el chakra de la coronilla, como si fuera en el centro exacto de la cabeza. Miraba ese punto y nada más, con las manos cruzadas a la espalda.
Empezó a gritar como si la estuvieran acuchillando. Gritaba, gritaba y se reía. Entró Mónica, asustada. Prendió la luz.
–Es genial –Se puso de pie, la mujer, que se llamaba Alicia. Me abrazó–. No tenía un orgasmo desde que murió mi marido. Es genial –Lloraba, Alicia–. Gracias, gracias.
Se corrió la voz. Una cosa trajo la otra. Alquilé un consultorio por la zona de Tribunales, no podía tener un desfile de mujeres en mi departamento porque del consorcio iban a pensar que andaba en algo raro. Compartía el consultorio con un pedicuro, era la fachada perfecta.
Venían mujeres y más mujeres. De todas las edades, chicas jóvenes que habían tenido un mal comienzo con algún noviecito y habían quedado traumadas, señoras mayores a las que les habían diagnosticado un cáncer terminal, obesas mórbidas, mujeres que habían sido golpeadas por sus maridos y habían perdido la capacidad de sentir.
Atendía de nueve a diecinueve, de lunes a viernes, los sábados hasta las dos de la tarde. Las sesiones eran de media hora, pero las mujeres acababan en no más de nueve minutos. El resto del tiempo era por si querían conversar sobre lo que les había sucedido, recuperar el aliento, tomar un té.
Era increíble, era un don, sólo tenía que enfocar la vista en un chakra, la garganta o el ombligo, y blanquear mi mente. Dejar el espacio para que sucediera, brindar mi atención a la energía universal, dar paso a las fuerzas de la naturaleza. Y sucedía, infalible.
Hasta que un día apareció una mujer de unos treinta y pico de años, delgada, morocha, dijo que había tenido una sesión conmigo hacía dos o tres meses. Dijo que había sido lo mejor que le había sucedido en la vida. Dijo que estaba embarazada, también.

9 comentarios:

Alelí dijo...

Dr. Amor o el nuevo José postmoderno.
Tu hijo viene a salvar al mundo? Avisá gato!

Dany dijo...

Como el Diego Armando.......
La frase ......si querés tocarme, no hay problema, brillante.
Gracias Juan. Abrazo

J. Hundred dijo...

*alelí! es demasiado probable, mi genialidad la excede. y ojito con seguir rompiendo las pelotas, porque la miro fijo, eh.

*dany! podría decirle algo como ‘qué importante que es usted’, y no sería otra cosa que decir, bien mirado, ‘qué poco importantes que son todos los demás’. lo abrazo.

Alelí dijo...

Oh yeah!!!!!!!!!! 💣💣💣💣💣

Unknown dijo...

Yo soy un creyente de que cuando pone el punto final en el teclado suena "CRACK"

J. Hundred dijo...

*alelí! le mando un beso en la frente. o no, mejor primero la miro de nuevo.

*leandro tite! estimado, le comento una infidencia, total esto no lo lee prácticamente nadie. a veces estoy tipeando alguno de mis escritos, y levanto las manos. veo, por un instante, que la manos quedan en el aire, pero las palabras se siguen produciendo en la pantalla. y entonces me doy cuenta que estoy tipeando de a ratos con la poronga, claro. lo saludo con afecto.

Laura B. dijo...

No sé si quedarme con el texto, con el comentario de Leandro o con tu respuesta. Pero, ¿por qué elegir? Maravilloso todo. Lo que escribís tiene siempre una marca muy propia. Sería tan fácil saber que algo es tuyo si tu nombre no apareciera. Hay estilo. Y ya lo dijo A. Castillo, creo, para tener estilo hay que saber escribir. Besos van, Juancete

Viejex dijo...

Excelente, Hundred.
Gran final!

J. Hundred dijo...

*laura b! uno de los problemas de leer al señor a. castillo, o al señor j.j. saer, es que uno advierte, uno se da cuenta que debiera dejar de escribir, de inmediato. algo de lo que sucede conmigo entonces, es como cuando veo a alguien, puede ser en la calle o en el subterráneo, o en alguna fiesta infantil, alguien que toca la guitarra y uno se da cuenta, uno advierte que el sujeto en cuestión quería ser keith richards pero bueno, está ahí. y es tan fuerte para mí esa situación, lo que percibo, lo que le estoy contando, que doy vuelta la cara para que no me vea llorar. le mando un beso en la frente, no, si no me lo pide con ganas no la miro nada.

*viejex! jamón, queso, tomate, y huevo. podríamos decir lo básico, y también podríamos decir lo imprescindible. lo abrazo.