12.2.13

Profesionales y amateurs


         En Lavalle y Florida, justo en la esquina de Lavalle y Florida. Deben ser las doce del mediodía, hay un faquir. Lo tengo visto, al tipo. Habla a los gritos, para atraer a la gente. Usa un multicolor pañuelo en la cabeza, y se pone en cueros, para realizar su acto. Pareciera como si se maquillara los ojos, con delineador, lo he notado. En conjunto, berreta por cierto pero estamos en Argentina, podría decir que está caracterizado como una especie de Jack Sparrow, de Burzaco quizás, de Ezpeleta.
         Se ha juntado gente, mucha gente. Se juntaría gente también frente a la vidriera de Frávega o de Garbarino, si dieran por televison Argentina–Holanda del 78, como si Kempes pudiera errar un gol treinta y cinco años después, no sé. No tengo explicación. Hay tantas cosas para las que no tengo explicación, la gente está muy sola.
         El hombre, el faquir, pide la colaboración de alguien del público, supongo que para verificar la autenticidad de sus actos.
         Levanto la mano, pido pasar.
         –Yo –digo, y doy un paso al frente.
         –Pero no –agrego–. No voy a asistirte ni a mirar de cerca. Voy a hacer los actos yo, si te parece.
         El tipo me mira con cara de pocos amigos, no consigue entender por qué le estoy complicando la vida. Pero la gente aplaude, yo sonrío, y me saco el saco. Me saco la camisa, los zapatos. Las medias, también. Ya es tarde para echarme, y no puede putearme delante de todos. Se esfuerza por parecer amable.
         –¿Sabe usted caminar sobre vidrio? –habla una especie de portugués muy cerrado, puede ser italiano, cocoliche. Puede ser que el faquir esté empastillado, que simplemente le cueste expresarse con claridad.
         –Sí, claro –digo. Hay un montón de vidrios rotos, botellas partidas en pedazos pequeños, sobre una manta. Me paro encima. Camino un par de pasos, ida y vuelta. Doy varios saltitos, la gente grita, mientras los vidrios me destrozan las plantas de los pies. Aplauden a rabiar.
         –¿Puede usted atravesar la carne con agujas? –dice el faquir y cruza los brazos, pero en medio de su desconfianza, aparece algo de respeto.
         –Cómo no –digo. Tomo las agujas. Son agujas de unos treinta centímetros de largo, y gruesas, Me clavo, de un golpe, una aguja en un hombro. Sale un chorro de sangre, la gente grita más fuerte, algunos sacan fotos con sus teléfonos celulares. No he hecho la clásica de atravesar algún tejido blando. La aguja queda colgando. Tomo otra aguja, y con otro golpe me la clavo en un muslo. Atraviesa el pantalón, el músculo. Ahí queda. Lo invito, al faquir, para que me coloque un par de agujas más.
         Se ha juntado más gente todavía. Hay policías, una cámara de televisión de un noticiero transmitiendo en directo. Venían por un conflicto sindical, pero les ha llamado la atención lo que está sucediendo conmigo.
         Me saco las agujas. Seguimos con el fuego. El faquir enciende un soplete casero. La llama es larga y azul, como un tercio de un tubo fluorescente. Le indico que me queme, la espalda, las manos. Las orejas, también. Procede. Me quema.
         Me siento en un banquito. El faquir me envuelve en una toalla húmeda que huele a mentol. Saludamos dándonos una mano en alto, como se saluda en los teatros al final de la función. La gente deja buen dinero y viendo que nada más va a suceder, siguen su camino. Van a Falabella a comprar un cenicero o un jarrón, o a Farmacity a comprar una piedra para rasparse los callos plantales, una crema para suavizarse la piel de la vagina, algo.
         Tomo un vaso de gaseosa adulterada y tibia. Me visto con lentitud. El faquir mira el dinero que hay en la gorra, esperando a ver cuánto le reclamo.
         –Olvidate –le digo–. La plata es tuya.
         Se alivia, se relaja. Sonríe, enciende un cigarrillo.
         –¿Dónde estudiaste? –me ofrece un cigarrillo–. ¿Sos Shaolin? Ya sé, sos acróbata, viviste en un circo de chico. La verdad que sos buenísimo, podríamos hacer algo juntos. Pareciera que te salen todas, sin esfuerzo. No sé cómo hacés, pero sos bárbaro.
         –Hace más de diez años que trabajo en una oficina –digo, me termino de acomodar la camisa adentro del pantalón–. No siento nada, no siento absolutamente nada de nada. De otro modo sería imposible soportarlo.

*Donde dice ‘trabajo en una oficina’, puede decirse ‘estoy casado’. El sentido del fragmento permanece intacto.

16 comentarios:

Yoni Bigud dijo...

Veo que en esta ocasión describe usted un personaje que es real, y no ha cambiado ni siquiera el nombre de las calles. La esquina en cuestión.

Jamás me animé a participar en ninguno de sus actos (hace mucho que no se lo ve, o mis horarios han cambiado demasiado), pero eso es porque, a pesar de llevar más de una década por la zona, todavía soy capaz de sentir la frustración en enormes dosis. No veo por qué debería ocurrir algo distinto con el dolor.

Un saludo.

PS: Tampoco creo que usted haya participado. Miente o inventa, pero descuento que alguna vez le habrá gritado 'pelotudo' escondido entre la afición, solo para hacerlo calentar. Si no lo hizo, hágalo. Es muy cómico.

Manulisa dijo...

Justo en un día como hoy (que podría ser cualquiera, pero digamos que es hoy) este post me viene a la medida.
Y se lo comento mientras me arranco la última uña.
Un abrazo

J. Hundred dijo...

*yoni bigud! una de las poquísimas cosas que me enseñó escribir en este precario espacio, es que quizás no se deba gritar ‘pelotudo’, escondido entre la afición. lo que equivale a decir, bien mirado, hacer un comentario más o menos hiriente, y anónimo. la frase ‘pobreza franciscana’, visita mi mente. es bueno saber de usted, lo saludo con aprecio.

*manulisa! no, no se arranque las uñas, por favor, las uñas en una mujer son importantes. y las cejas, cuídese las cejas también, las cejas son una gran cosa. sí, claro, ya que está, préstele un poco de atención a las tetas, y al culo por supuesto. cuídese las piernas, las manos, los tobillos. con el cabello sucede algo diferente. una de las cosas que más me calienta en una mujer es si tiene el pelo potente, ‘en crudo’, podríamos decir. así como el gran ramana maharshi explicó alguna vez que la medida de progreso en el sendero espiritual era el grado de ausencia de pensamientos, yo me atrevería a parafrasear un poco, y decir que el grado de inteligencia (y atractivo) de la mujer, es inversamente proporcional al cuidado que dedica a su cabello. no, ya sé, usted no me pidió ningún consejo, ni tiene por qué importarle lo que digo. pero este es mi espacio, y puedo eructar a escasos centímetros del monitor, después de haber comido una rodaja de pan con ajo y casancrem, si así lo deseo. la saludo con interés.

Manulisa dijo...

Me alegra que, sin saberlo, comparta mi teoría del cuidado capilar femenino.
Eso sí, dentro de esos mismos parámetros déjeme agregar el uso masculino de la camisa rosada.
Nada más elocuente que esa imagen.
Le retribuyo sus saludos e interés.

Diego dijo...

Juan.
No soy quién para juzgar a aquellos que saben o no. Es más, me declaro completamente ignorante ya que desconozco dónde se encuentra la fiscalia universal de todas las certezas.
Pero lo que le quiero decir es que puede que usted tampoco sepa, que va a tientas, rozando paredes, contando los pasos, resignándose un tanto, como un ciego. Digamos que, hecha la caricatura, todos somos así, un tanto así, ciegos.
Sin embargo, usted se aproxima, bastante al decir verdad. Usted deja de arañar lo ciego para, por qué decirlo de otra manera, transformarse un poco en tuerto.
Le hago llegar mis saludos.

J. Hundred dijo...

*manulisa! ser autorreferencial no es una de mis especialidades, pero, bueno, sigo siendo uno de los tipos más inteligentes que conozco (no menos cierto es que salgo poco, quiero decir, conozco poquísima gente). la saludo con curiosidad.
http://juanhundred.blogspot.com.ar/2007/03/recomendaciones-estilsticas.html

*diego vargas! he leído en alguna ocasión, o quizás no, quizás no lo he leído, quizás lo escribí, quiero decir, se me ocurrió a mí. ah, sí, lo que leí, lo que quizás escribí, es que la felicidad es una medida de distancia. entre lo que somos, y lo que queremos ser. estamos jodidos, para resumir. lo saludo con respeto.

Mr. Kint dijo...

Genio, Hundred! Castigue, Master, castigue.

Unknown dijo...

Siempre tuve la duda si ser faquir es no sentir el dolor o poder soportarlo de manera sobrehumana,también alguna ves pensé que soportar y no sentir era lo mismo.Hoy, por el recuerdo de algunos sucedidos personales, estoy seguro que no es lo mismo (he soportado grandes dolores y no he sentido nada ante algunas grandes heridas)
Como siempre excelente lo suyo.
Abrazos

J. Hundred dijo...

*mr. kint! su generosidad es excesiva. lo saludo.

*bob harris! llevo años picando la ingrata piedra del blog y créame, son pocas, poquísimas veces, en las que un comentario mejora alguno de mis escritos. abre usted una exquisita línea argumental, quiero decir, llegado el caso y si se pudiera elegir, qué sería mejor. soportar el dolor, o no sentir. lo abrazo con respeto en esta oportunidad, si la contradicción es admisible.

Anónimo dijo...

Discúlpeme, pero para reemplazar la frase por la del matrimonio, haría falta, ya no le digo haber estado casado 10 años, sino al menos haber estado casado 15 minutos. No, amigo, haber estado de novio 8 años con la misma tarada (¿de su mismo pueblo de origen?), a la cual dejó después de una aventura con una compañera de trabajo casada y con dos hijos, no cuenta.
La gente que como usted, humorísticamente o no, personaje de ficción con el que juegan o no, se burla tanto de la desdicha o felicidad ajena (lo pongo así, como disyuntiva, porque la verdad es que no tienen la menor idea de lo que hablan) tienen la misma veta en común: ser exactamente lo contrario a lo que proclaman.
Su personaje no es otra cosa que la contracara de la "mina sola con gato". El soltero empedernido que viaja de frustración en frustración hasta que se convence a sí mismo de que "es lo que hay". Y lo que hay son minas casadas, pero las que están en plena crisis (inevitables en todo matrimonio, por supuesto) a las cuales denigrar y basurear aprovechando la fragilidad de su momento. Y una soledad, un vacío triste, disfrazado de nihilismo.
Pero este escepticismo hacia el matrimonio no viene, ni por un instante, de una negación del romanticismo, sino de una exacerbación del mismo. Tanto su tipo de personaje, como la "mina sola con gato", no están como están por creer que la idea de la pasión, del romanticismo, es una estupidez. No, señor, su desdicha proviene de creer que el amor es sólo eso que sucede al comienzo de toda relación. Y por eso sus relaciones no prosperan, porque si eso es el amor, entonces nada puede durar. Entonces, como son unos románticos empedernidos, adolescentes, tontos, vanales, no creen en el matrimonio. No creen en que un hombre pueda cornear a su esposa y aún así amarla. No creen en que una mujer pueda estar en medio de una crisis y buscar un respiro en brazos de otro hombre, y aún así seguir amando a su marido. Para gente como su personaje, Juan Hundred, eso no es amor. Porque definitivamente, no lo entienden. No entienden de perdones, de idas y vueltas, de momentos. No entienden que el hombre que va acallando, va cediendo espacios, va diciendo cada vez más "sí, querida", no lo hace por culpa del matrimonio, ni por culpa de la esposa, sino por culpa de él. Y que sólo es un idiota que hace eso para no decidir, para no pensar, para tener a quién echarle la culpa cuando termine lo que (tal vez, sólo tal vez) nunca quiso empezar. Y viceversa con la mujer harta del marido (al menos por el momento) que J. Hundred se coje,la que dice que "mi marido esto", "mi marido aquello"... No estimado, no es culpa del marido. Es culpa de ella, de los dos, o a veces es sólo un relato que aplica para que el tipo como usted se sienta mejor, más "gallito". Incluso ella se lo quiere creer, quiere creer que usted es mejor que el marido, quiere sentir que eso que pasa en esa cama es algo que tiene sentido. Y hasta puede ser verdad en determinado momento de su matrimonio. Pero quien sabe de momentos, de idas y vueltas, de épocas, de amar, de perdonar, sabe que en determinado momento, en determinado verano, o en pleno invierno, en un fin de semana a solas, en una noche que los chicos no están en casa, tal vez alcohol, tal vez un porro, y tres polvos en una noche, tal vez incluso cuatro, con sabor a gloria, a amor, a volver a conquistar a la misma mujer después de casi 20 años. (¿Cursi? ¿Sí? No lo sabrá nunca.)
Tal vez me esté tomando demasiado en serio su personaje y su humor, pero un poco me llenó allí abajo lo recurrente del insulto a la felicidad ajena en este blog, y antes de cambiar de canal, me gustó la idea del ¿descargo? Usted siempre dice "que nos vaya bien a todos". Pero sea hombre, o "mina sola con gato", y aunque le deseo lo mismo, dudo que aplique para usted. Lo siento.

J. Hundred dijo...

*anónimo! que nos vaya bien a todos.

Anónimo dijo...

No, flaca, no es así. Que me vaya bien a mí y a los míos (en ese orden). Que te vaya bien a vos o al resto de la humanidad, me tiene sin cuidado (o está muy al fondo de la lista). A vos, que Dios te ayude, sobre todo cuando mamá no esté más y descubras que sí querés casarte y tener hijos, que era todo rebeldía para con ella, una bronca infantil porque te sacó a tu primer amor (tu papá), probablemente un boludo de los que se la pasan diciendo "sí, querida". Y por eso te la pasás clavándote tipos casados. (Qué fácil que es esto, tendría que haber estudiado psicología; o numerología, da igual.)

Anónimo dijo...

Lo de flaca es porque lo mismo podrías ser mina,da igual. Escribís muy parecido a una que conozco, tanto que podrían ser la misma persona y todo.

Dany dijo...

Salute, se llenó de anónimos.
El texto es hermoso, de esos para los cuales quisiera tener el talento de escribir. Abrazo

J. Hundred dijo...

*

*

*dany! y sí, dany. hay veces que me preguntó por qué yo, por qué me tocó a mí ser un tan profundo conocedor del alma humana, con todo lo que eso implica. 1abrazo.

Anónimo dijo...

Claro, porque gente que supuestamente se llama J. Hundred, o Dany,o Yoni Bigud, no es para nada anónima, claro... ¡déjense de joder!