6.1.15

Concepto de finitud


–El problema es el concepto de finitud –dije, con la boca llena de papas fritas.
Estábamos en la casa del Pipi, buen amigo. Habíamos ido juntos a la secundaria. Escuela Nacional Superior de Comercio Número 3, ‘Hipólito Vieytes’, de Caballito. Hacía mucho, en otra vida.
Éramos cuatro, estaban, además del Pipi y yo, Hugo y Mariano. Había cumplido años, el Pipi, la semana anterior, y nos invitó a su casa a cenar. También estaba Gabriela, esposa del Pipi, había prometido hacer milanesas con papas fritas. Una maestra, Gabriela. Si algún día conozco una mujer que me quiera, se va a llamar Gabriela, pensé, tuve esa sensación
–Es verdad, es verdad –dijo Hugo, muy serio. Dejó los cubiertos al costado del plato. Parecía compungido.
–Hasta los treinta años no aparece en tu universo el concepto de finitud –dije, y me metí un bocado de milanesa, un cuadrado de unos cinco centímetros de lado, en la boca, aún sin haber terminado de tragar las papas fritas–. Y entonces páfate. Aparece, crece, se desarrolla. Como un virus, como una bacteria. Vas descubriendo que sos mortal, que te vas a morir. Que hay tantísimas cosas que no hiciste y te hubiera gustado hacer. Que vas a desaparecer de la faz de la tierra, en breve. No importa si faltan once años o treinta y siete. Van a seguir estando allí los árboles, las flores, la lluvia y el mar. Pero vos no vas a estar ahí. Vos no.
–Es tan real lo que decís –Mariano bebió un sorbito de vino–, tan tremendo.
Personalmente prefiero las milanesas con puré, pero las papas fritas estaban buenísimas. Brillaban como soles en miniatura, doradas, crujientes. Me serví, de la fuente, a mi plato. Incliné la fuente y dejé que se deslizaran, que vinieran a mí.
–La muerte está ahí, de pronto te notificás –milanesas, me serví otra milanesa. Había mayonesa, había mostaza, dudé. Apreté un limón. Milanesas como mapas de Oceanía, milanesas como rostros del pasado, milanesas–. Y ves cómo se derrumba todo tu orden de prioridades. Te crece una tristeza que es un pozo, una hondura difícil de clasificar, la sensación de caer que sólo habías experimentado en sueños. 
–Está bien, es verdad –el Pipi jugaba con el tenedor a pinchar restos de pan rallado que habían quedado en su plato–. Pero parece más que nada descriptivo, como un enunciado. Quiero decir, no veo propuesta. Te falta decir algo más, no sé.
–No –dije–. El problema no tiene solución, eso está claro. Pero el solo hecho de mencionarlo hizo que se quedaran pensando. Y yo me pude comer casi tres milanesas al hilo. Me pareció que no iban a alcanzar para todos, la verdad que por un momento me preocupé.

7 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Las flores son efimeras, aunque va a ver flores. También va seguir habiendo seres humanos, pero no es uno.
El segundo paso es plantearse que tampoco los arboles son inmortales, aunque puedan vivir más.
Y un paso posterior es pensar que tampoco lo es el mar.
Insignificante es un tema de No lo soporto que plantea el tema.
"Hoy me puse a pensar que pasaría si muero hoy. No pasaría nada. Todo seguiría igual. El sol seguiría saliendo. La Tierra seguiría girando"

Diego dijo...

Ya bien lo explicaba Darwin, las especies, la adaptación, la involuntaria necesidad de existir, del linaje, de ser perennes de alguna u otra forma. Ahí va uno, haciendo lo posible por hacerse eco en la eternidad, de las más diversas maneras.
En fin, que no se terminen los juglares, que se sigan adaptando, las milanesas y su combinación con papas fritas son una caricia del cielo, de que puede que haya algo más, que todo va a estar bien.
Lo saludo.

J. Hundred dijo...

*el demiurgo de hurlingham! estimado, a usted parece habérsele escapado la parte sustancial del notable fragmento de mi autoría. quizás subyugado por la belleza de las señoritas del grupo que usted insiste en mencionar. estoy hablando de las milanesas, claro (y qué bello nombre para una banda de rock compuesta por señoritas, desde ya: ‘las milanesas’. o mejor aún, si los integrantes fueran masculinos: ‘los milanesas’).

*diego a! lo sé erudito, sabio, culto, así que me permito mencionar el título de un notable libro del genial cioran: la tentación de existir. algo más, de cioran, ya lo he contado alguna vez, pero sin dudas usted va a saber disfrutar, quizás comprender. vivía yo, con no más de veinte años, en un departamentito alquilado de la calle french. 28 metros cuadrados, monoambiente, sin televisor, sin teléfono, colchón de una plaza en el piso. tomaba ginebra bols, compraba empanadas en ‘la cocina’, me sentaba en una silla de plástico ‘mascardi’, soñaba con ser un escritor de culto. como alguien me había facilitado el libro, estaba leyendo, fascinado, a cioran. y se me ocurrió pegar, escrita en un papel, sobre la puerta del ínfimo armario, la siguiente frase: lo que no es desgarrador es superfluo. me había tocado muy hondo, la frase, estaba yo en carne viva podríamos decir. no lo quiero aburrir, pero sigo. un día logré que una señorita subiera a mi humilde morada, mi intención era fornicar, fornicar como un chancho pecarí, eyacular como un babuino embravecido. la chica, algo culona y bien predispuesta, mientras se desnudaba, reparó en el papel pegado con cinta scotch, sobre el armario. leyó, y dijo ‘lo que no es desgarrador, es super flúo, no entiendo. me explicás?’. creía que la frase tenía algo que ver con el color de los trajes de baño para esa temporada en punta del este, había estado hojeando una revista ‘gente’. pero la chica tenía, como dije, una excelente predisposición para la fornienda, y yo la recuerdo con cariño. lo saludo con el respeto que usted merece.

Diego dijo...

Su respuesta me recordó a una parte de La montaña sagrada, del mágico Jodorowsky. En un fragmento, un personaje, vestido tal cristo en la cruz, grita desesperado, agónico, como si su propósito, de toda la película, de toda su existencia, fuera gritar. Cientos de maniquíes de Cristo alrededor con la mueca de los brazos extendidos tal si estuvieran crucificados en el aire. Y he ahí la cuestión: con sólo la mueca. Aguardando por la cruz, con la mirada en la nada como todo maniquí que se preste de ser tal.
Me refiero a que, en la mayor cantidad de ocasiones, uno va preparando las heridas para los clavos antes de que llegue alguna cruz donde, bueno, crucificarse.

Y me invadió, además, algo que se dice en el primer comentario, sobre si el mundo estaría igual ante la ausencia, digamos, mía. Quisiera reflexionar sobre ello diciendo que así como si nadie presenciara la caída de un árbol en el bosque, pudiera no existir el sonido de la precipitación; me arriesgo a afirmar que sin mi presencia para comprobarlo, el mundo podría irse al diablo, hacerse mil pedazos.

Lo saludo con la admiración propicia.

J. Hundred dijo...

*diego a! usted dice ‘uno va preparando las heridas para los clavos antes de que llegue alguna cruz’. es notable, bellísima idea, lo felicito. en otro orden de cosas, por aquello del árbol que cae en medio del bosque sin que nadie lo oiga, debo admitir que en mi espiritual derrotero he transitado también, cómo evitarlo, los enigmáticos senderos del zen. de más está decir que he fracasado tanto en la ruta del espíritu como en mi literario camino. en un momento, después de haber leído a shunryu suzuki (‘zen mind, beginner’s mind’), recuerdo que todo lo que se me ocurrió fue comprarme una yamaha. aquí me ve, tal es mi costumbre, transitando la delgada línea entre la genialidad, y la idiotez. lo saludo y le agradezco, hacía tanto que no conversaba con alguien que había olvidado cómo es, qué se siente.

Mr. Kint dijo...

Se me hace que usted tiene (y diría desde siempre) bien claro el concepto de finitud, pero en el sentido más estrictamente mundano y terrenal, digo el de los recursos, de las dotaciones, o sea de las milanesas en esta singular ocasión. Sin dudas usted además de escritor amateur (?), filósofo contemporáneo y abandonado budista, también ha recorrido también el camino de la economía.
Podría ser peor, podría ser usted abogado, por ejemplo.
Lo abrazo con recelo

J. Hundred dijo...

*mr. kint! siempre se puede estar peor, vale la pena vivir sólo por eso, le dice el hombre de los cabellos de plata al señor espósito, en el genial libro del señor abelardo castillo (‘el que tiene sed’, de lectura obligatoria para la monada). no es necesario haber recorrido el camino de la economía, pero sí falta grave no saber de qué va la ley de los rendimientos decrecientes. lo abrazo con módico entusiasmo.