Viene la moza con mi pedido. Es temprano, ocho y algo de la mañana. Tomo el pocillo de café, inclino la cabeza sobre la mesa, alzo la mano con cuidado y con el pocillo y vuelco el contenido, lo que equivale a decir el café, sobre mi cabeza, sobre la coronilla más precisamente. Al terminar la maniobra me incorporo y me peino un poco para atrás con las manos. Agarro el cuchillo, unto la mermelada y me pinto el dorso de la mano derecha. Con la mermelada. De durazno. Meto mi birome en el vaso con agua.
Y me quedo así.
Se acerca la moza, otra vez. Algo preocupada, se ríe un poco pero es de los nervios. Se protege el pecho con la bandeja, como si hubiera descubierto que debe enfrentarse a un peligroso animal.
–Quedate tranquila –le digo–, vos debés tener un tatuaje en alguna parte. Yo soy raro como me sale, yo soy raro así.