Puede ser un pueblito perdido en un valle del Ecuador, puede ser una tribu africana que habita a la vera de un río del Congo, o unos italianos escondidos detrás de una ignota montaña.
El asunto es que cuando te muestran al sujeto en cuestión, al hombre más viejo de la tribu o a la mujer de ciento cuarenta y tres años que tuvo treinta y tres hijos, uno puede ver, invariablemente, a un sujeto con dos o tres pelos en la cabeza y casi ningún diente. Una sonrisa que parece decir que todo le chupa un huevo o que el mundo es una mierda sin remedio o una combinación de los dos enunciados anteriores.
El sujeto en cuestión fuma, puede ser una pipa hecha con huesos de animal, o una especie de puros cortos y mal armados que engancha en un costado de la boca. El sujeto en cuestión bebe, un alcohol barato hecho con el destilado de frutas podridas o alguna raíz de la zona. El sujeto en cuestión se ha cogido a lo largo de su vida todo lo que ha podido sin el más mínimo decoro ni sentido de la responsabilidad incluyendo familiares y amigos.
Agréguese que el sujeto jamás ha ido a un gimnasio, no ha corrido nunca más que para escapar en una oportunidad de un leopardo que lo había elegido como almuerzo, no usa desodorante ni perfumes ni es muy afecto a la higiene en general.
Sucede entonces que yo estoy en esa línea, la de los grandes hombres que despiertan admiración y respeto una vez que se ha dejado transcurrir el tiempo suficiente. Aunque claro, cómo no, puede ser que al principio te impresiones un poco.