24.10.13

Das geld


         El taxista se llama Miguel y le pasó lo siguiente.
         El taxista, Miguel, tiene sesenta y dos años, es canoso, alguna vez tuvo rulitos, maneja un taxi desde hace mucho, desde hace veintisiete años.
         A pesar de pasarse sentado todo el día, unas doce horas por día, no está gordo. Tiene la panza floja, eso sí, porque dejó de jugar a la pelota cuando se jodió una rodilla, los ligamentos cruzados. Pero es de esas personas, Miguel, que en lugar de derramarse con el paso de los años, de explotar, no, ha ido implosionando.
         Víctima del cigarrillo, casi dos atados al día, y de los nervios. Además, la gastritis, una gastritis que no se fue con nada y que lo va quemando, como si alguien se encargara de mantener encendido un fueguito a la altura de la boca de su estómago. Desayuna leche con avena y miel, en un plato, (y canela, porque se lo sugirió una vez un pasajero cubano) y después trata de no comer nada, hasta la noche, un par de caramelos de eucalipto. Lo que come lo mata.
         Está cansado, Miguel, siempre laburando en esta ciudad de locos enfermos, de bestias sin alma, siempre tratando de juntar un mango. La vida es manejar doce horas por día, hasta que cae rendido en la cama y entonces sueña que maneja, que esquiva colectivos por un pelo, que lo cagan a puteadas.
         Encima cambió todo. La ciudad se vino brava, la inmigración, vino lo peor, la mugre latinoamericana, todo el mundo hablando por celular con vaya uno a saber quién, con otro loco que habla desde algún otro lado sin que se entienda ni siquiera el idioma. Mensajitos, todos mandando mensajitos, sacando fotos. Qué carajo les pasa.
         La inseguridad, te afana cualquiera. Lo afanaron tres veces, a Miguel, en los últimos seis meses. Una vez una parejita, el tipo de traje, la mujer con un bebito. Cambió todo, Buenos Aires es Camboya y es Saigón y es el Congo, también. La última vez lo afanaron en Constitución, tres pibitos que no debían tener más de trece años.
         Lo paran, a Miguel, dos muchachos. Sabe que no tiene que parar, pero ya paró, es un reflejo. Son casi las siete y media de la mañana, en el Abasto.
         –A Rivadavia y Pedernera –dice uno y se pone una gorrita, una gorrita con visera que tenía en la mano. Se pone lentes negros, también, deja la mochila en el piso, entre los pies.
         Ya está, perdió Miguel.
         –Acelerá un poco, amigo –dice el otro, y ambos se ríen–. Es corta la bocha, alto apuro tenemos.
         Listo. Maneja, Miguel, entre triste y resignado. Van para Flores, los chicos, hablan un dialecto casi incomprensible. Uno habla por el celular, con alguien. ‘No se vayan, pintó bondi’, dice, se ríe fuerte.
         Faltan tres cuadras, después faltan dos cuadras. Después falta una cuadra.
         –Siga de largo, amiguito –dice el de lentes y gorrita, le ha tocado un hombro–. Dos más, no tres más, y doble. En el pasaje.
         Miguel obedece. Piensa en su hija que tiene veintinueve años y está embarazada de un imbécil. Piensa en su mujer, le encontraron un bultito en el pecho. Quimioterapia. Piensa que la desgracia es un perro que muerde, que traba las mandíbulas y no te suelta más.
         –Acá está bien, capo –dice el otro. Poca gente. si pasara un policía gritaría, Miguel, si no le dolieran todos los huesos se hubiera tirado con el automóvil en movimiento ahí, al pasar por Plaza Flores. Que sea lo que Dios quiera.
         Frena, Miguel. Decide que lo mejor es apagar el auto. A veces cuando te roban se llevan el auto y lo dejan a quince o veinte cuadras, a veces te hacen bajar del auto, pero no se lo llevan.
         –Dame la plata –escucha Miguel.
         No dice nada, sabe que lo mejor es no discutir, para que no se enojen. Con la mano derecha saca la billetera escondida en el bolsillo de la puerta izquierda, con dos dedos. La pasa hacia atrás, sin darse vuelta. No quiere llorar, pero está cerrando los ojos, encogiendo los hombros, esperando sentir la punta del cuchillo contra su cuello, o el rústico culatazo. ‘No me maten’, quiere decir Miguel, ‘por favor no me maten’. Pero no le salen las palabras, y se queda así, la mano derecha al costado de su cabeza que apunta al frente, pasando la billetera hacia atrás, esperando el golpe. Los ojos cerrados, esperando.
         –Eh, oiga –dice el de gorrita, que le está tocando el hombro otra vez, se ha quitado los lentes–. Le pedí la plata a él –señala a su amigo–, para pagarle. Señor, qué le pasa.

8 comentarios:

Angel dijo...

Cambia todo cambia decia la negra sosa, pero el flaco decia mañana es mejor...hay que ver, no?


Saludos

Mr. Kint dijo...

Un canto a la esperanza, Jandred.

Me hizo acordar aquella historia que alguna vez escuché. Se cuenta como si fuera cierta, aunque no lo creo, pero en realidad qué carajo importa si fue verdad o no! Se la resumo (seguramente la oyó pero igual le tomo el tiempo). Principios de los años noventas, dos coquetas señoras de la aristocracia viajan hacia la gran manzana, ya sabe, a hacer turismo, ir de compras, recorrer esa imponente ciudad. Por aquellos tiempos NY tenía la fama de ser una jungla total, un lugar donde te podían acuchillar en plena Cuarta Avenida sin que nadie se espante, una isla que tenía gran parte de su territorio vedado al turismo. Por lo tanto, las dos señoras son constantemente alertadas de los peligros de la city: evitar los latinos, los gitanos, los homeless y los negros, sí, los negros son jodidos, les dicen, vienen de Brooklyn, del Bronx, incluso de Harlem en la mismísima Manhattan, hay que evitarlos, no los conocemos, son peligrosos. Ellas tomaron nota.
Las doñas paraban en un hotel de altísima categoría, y uno de esos días, tomando en el ascensor, un morocho ingresa llevando consigo un doberman (algunos sostienen DOS perros de esa raza). El tipo medía más de dos metros, piel azabache, un aro de oro macizo, rapado a cero y una espalda que hacía que el ascensor parezca una cabina de teléfono. Las manos, sí, las manos eran descomunales, si se lo proponía parecía capaz de poder aplastar la cabeza del animal casi sin esfuerzo. El tipo toca su piso del ascensor y se mantiene en silencio exhibiendo su gran porte, luego de unos segundos suelta con claro tono imperativo un "SIT". Las señoras, en pánico y ya apoyadas contra la pared del ascensor comienzan a descender hasta sentarse sobre el piso. Mientras, el perro se dispone a apoyar su culo sobre sus patas traseras. El grone las mira con un gesto de sorpresa y una sonrisa.
La leyenda dice que el Sr era Michael Jordan aunque bien podría haber sido Wilt Chamberlain, en fin, no hace a la historia, y que luego invitó la cuenta del hotel como un buen gesto frente al momento que sin querer les hizo pasar.
Qué sé yo, como dice usted, cuando uno no para recibir mierda es propenso a pensar que el doberman de la desgracia no te suelta.

Un abrazo para usted y un placer volver y ver que usted sigue aquí.

J. Hundred dijo...

*angel! live to tell, decía, creo, cyndi lauper, o samantha farjat, no recuerdo bien. 1saludo.

*mr. kint! es importante que usted ande por acá. y le digo más, quizás también es importante que ande yo por acá. me gustó la historia de michael jordan, pero no se olvide que la gente que suele visitar estas precarias playas, por lo general tienen poquísimo que decir, prácticamente nada que contar. lo abrazo.

Dany dijo...

La descripción de la ciudad me conmovió....una aplanadora en cada renglón.
Alto relato! Un abrazo.

J. Hundred dijo...

*dany! cómo anda usted, estimado. pensé que se habían ido todos, que me habían dejado más solo que wanchankein, y que me habían afanado una ojota, por supuesto. permítame abrazarlo, es que tampoco tengo opción, estoy muy solo.

Juan Sebastián Olivieri dijo...

No nos hemos ido.
A veces. Solo a veces, prefiero disfruta en silencio.

Viejex dijo...

Que porquería de época nos tocó vivir, tanto miedo carcomiéndonos...

Y no, estimado Hundred, yo tampoco me fui. Como decía Troilo (o algún otro, pero estoy casi seguro que fue Troilo) "dicen que me fui del barrio...¿cuando? si siempre estoy volviendo"

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! tiene usted toda la razón, las cosas importantes suceden en silencio.

*viejex! el miedo te hace moco, lo tengo estudiado (es una manera de decir, en realidad no pude estudiar nada, lo tuve que vivir). ojo, me debo haber puesto mimoso por un instante. es que murió lou reed. escuche por favor, con este tema me enamoré de una chica cuando era jovencito, cuando me parecía que la felicidad era posible, que quizás había también para mí un durazno que arrancar del árbol de la alegría. usted me va a saber entender.
http://www.youtube.com/watch?v=PnCIxMZ8hY8