La mamá de Mariana estaba a punto de cumplir setenta años.
Había enviudado hacía dos años, el papá de Mariana había sido toda la vida un
fumador empedernido, y lo había pagado. Una angina que se complicó, un
enfisema, sus pulmones dijeron basta.
Mariana iba todos los sábados a almorzar con su madre. Venía
su ex a buscar a su hija Catalina, los sábados bien temprano, y Mariana se iba
a una clase de gimnasia primero, a la peluquería después. Lo que ella llamaba
‘mantenimiento’, o ‘llevar el auto al taller’. Mariana tenía treinta y ocho
años, tampoco era una nena.
Iba Mariana, a lo de su madre. Conversaban generalidades, su
madre le pasaba el parte de las noticias, una prima a la que le habían
descubierto un tumor en un pecho o un fibromita, alguien que había muerto o le
faltaba poco para morirse, le contaba la última película que había ido a ver al
cine donde actuaban al mismo tiempo Guillermo Francella y Burt Lancaster, se le
mezclaba todo.
Comían algo, Mariana y su madre, por lo general pollo aunque
a veces pescado, con la televisión encendida. Después la madre le hacía un
café, y empezaba acomodar los platos para irse a dormir la siesta, y eso era
todo. Mariana se iba en su pequeño automóvil, revisaba si había recibido algún
mensajito de texto, si alguien la había invitado a un cumpleaños o si un
compañero de trabajo le había escrito que tenía ganas de verla, lo que
significaba que tenía ganas de coger. Mariana, para no perder la práctica, por
lo general iba, cogía.
–Te hago un té, mejor –dijo la mamá de Mariana mientras
ponía la pava en el fuego–. Así no tomás tanto café que después te mata esa
gastritis.
–Si te dije que quiero un café es porque quiero un café
–dijo Mariana y se levantó, con su plato en la mano–. Creo que soy bastante
grande para decidir si prefiero tomar té o café.
La mamá de Mariana sacó las tazas de porcelana que tenían un
pequeño grabado en el tercio inferior, como olas de un pálido lila.
–¡Tengo treinta y ocho años, y puedo tomar lo que se me
cante el culo! –dijo, bueno, gritó Mariana. Y dejó caer el plato, con los
restos de la pechuga de pollo, sobre el piso de la cocina. Estalló, el plato,
como se suele decir, en mil pedazos. Quizás un poco menos–. Estoy repodrida que me mires con esa
carita como si te hubiera fallado en algo.
–Yo no –dijo la mamá de Mariana.
–¡Callate! ¡Callate de una vez, por Dios! –Mariana empuñaba
su tenedor como si fuera una mira telescópica dirigida a la garganta de su
madre– ¡Hice lo mejor que pude! ¡Me casé con el tipo que a vos te gustaba! ¡Y
era un pelotudo! Un depresivo pelotudo que me dejó por la secretaria, una
negrita analfabeta que corre maratones y que le debe chupar la pija mientras trata
de hacer esos crucigramas berretas. Hice lo mejor que pude, mamá, hice lo que
me enseñaste que había que hacer, desde que tengo once años, y me salió todo
para la mierda. ¡Estoy sola, estoy grande! Cuando me suena el despertador a la
mañana no sé cómo hacer para salir de la cama. De sólo pensar que voy a tener
que venir a almorzar con vos el sábado que viene, me pica todo el cuerpo. Vos y
tu rayo láser de lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer, lo que está
bien y lo que está mal. No soporto más, mamá, tu reprobatoria mirada. Cuando
ponés esa carita.
Mariana se agachó y empezó a juntar los pedazos del plato.
Había restos de ensalada rusa sobre las baldosas. Su madre se acercó con un
trapo rejilla.
–Bueno, bueno –dijo la mamá de Mariana–. Ahora te hago un
tecito de hierbas, como el que tomo yo antes de ir a dormir. Vas a ver cómo te
hace sentir mejor, cómo te relaja.
8 comentarios:
Eso es una mujer violenta (la madre), lo mínimo que me dieron ganas de hacer es romperle la cara y después hacerle un enema con el tecito de hiervas!!!
hTengo madre y tengo hermana, he tenido suegra y la consecuencia directa de esto, o sea, tener esposa, algunas parejas con madre y en todos los casos he visto la tortuosa relación que las une, el eterno incumplimiento de las espectativas de la madre, la penosa opresión siempre sentida por acosadas hijas, las mas increíbles competencias de hechadas de culpa de la historia.
Es universal!
Como siempre muy bueno lo suyo
Abrazo
*alelí! usted enojada debe ser de lo más interesante. la saludo.
*bob harris! había una frase, no recuerdo si la dijo león tolstói, o didier drogba, aquello de ‘pinta tu aldea y pintarás el mundo’. que sí, que claro, como usted menciona, es universal. lo saludo.
Excelente, Hundred. Me recordó este pasaje de "Un mundo feliz" de Huxley, aunque me gusta más esa mínima explosión de ira en su personaje, antes que la reacción del pusilánime Marx:
—Estás melancólico, Marx. —La palmada en la espalda lo sobresaltó. Levantó los ojos. Era aquel bruto de Henry Foster
—Necesitas un gramo de soma. Todas las ventajas del cristianismo y del alcohol y ninguno de sus inconvenientes.
«¡Ford, me gustaría matarle!» Pero no hizo más que decir: «No, gracias», al tiempo que rechazaba el tubo de tabletas que le ofrecía.
*viejex!
*viejex! impecable el párrafo que usted cita. y dicho sea de paso, en los últimos diez o quince años, no me he cruzado con ninguna persona que no necesitara un gramo de soma. conste en actas.
Qué bien, Jandred, y qué belleza de título.
Le mando un abrazo.
*mr. kint! estuve dulce como la reputísima madre. un abrazo para usted.
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