18.3.13

Película de acción

         A veces voy al cine, al Village Recoleta. A veces voy al Abasto. No, no entiendo nada de cine, nunca entendí nada de cine, tampoco me interesa la película que voy a ver.
         Lo importante es que salgo del centro, me voy del trabajo,  ponele, a las cuatro de la tarde. Digo que voy a ver a un cliente, que tengo una reunión. Y me voy al cine. Me tomo un café, miro las vidrieras, cosas que no me interesan y que jamás voy a comprar.
         Elijo una película. Pido última o anteúltima fila, cuerpo central, en un extremo. Y me siento. Por lo general no hay casi nadie, y las butacas son cómodas. Hay aire acondicionado, oscuridad. Es todo lo que necesito, un par de horas fuera del planeta tierra en general, de mi vida en particular.
         Lo ideal es ir al Abasto, sí, porque salvo que te metas a ver ‘Alvin y las ardillas’, o una película donde actúa Ricardo Darín, entonces no va a haber casi nadie. La gente hace rato fue lobotomizada, quieren que Boca salga campeón, recuperar las Malvinas tirándole a los ingleses alfajores de maizena, y twittear que se tiraron un pedo, o que se comieron un durazno, o que se están por cagar. Entrás al Abasto, lo digo con respeto por nuestros hermanos latinoamericanos, y sos más extranjero que si estuvieras en el Machu Pichu, o haciendo la ruta del inca. Entrás al Abasto, y sentís una pachamamización infinita (sí, el verbo que acabo de inventar es ‘pachamamizar’, no me lo agradezcan).
         Saqué mi entrada, anteúltima fila, cuerpo central, en un extremo. Dejé mis cosas en la butaca de al lado, me senté. Cerré los ojos, respiré un par de veces, estaba vivo, estaba vivo y afuera estaba la calle. Había sobrevivido, un día más.
         –Perdón –abrí los ojos. Un muchacho, quizás veinte años, pantalones adidas tipo pescadores, gorrita. Quería pasar.
         –Sí –dije, y me puse de costado. Raro, el cine debía tener como diecisiete filas, y en total no había más de cinco butacas ocupadas. Vi las orejas del muchacho, las orejas que sólo había visto en Carlos Monzón, y en algunos programas periodísticos donde entrevistan presos que están confinados en cárceles de máxima seguridad. Las orejas, esas orejas, Dios me perdone, eran mala señal.
         Las cosas no paraban de empeorar. Estaba yo, sentado en un extremo de la anteúltima fila. En la butaca de al lado, mis cosas, mi saco, mi libro, mi cuaderno, mi mochila, una botella de vino que acababa de comprar para la cena. El muchacho se sentó en la butaca de al lado, de al lado de mis cosas. La fila estaba vacía, el cine entero estaba vacío, pero el pibe se sentó al lado. Mal, muy mal.
         Se apagaron las luces, comenzaban las propagandas y la promoción de próximos estrenos. Había tenido la precaución, al sentarme, de sacar la billetera del bolsillo interior del saco, y guardarla en uno de los bolsillos de mi pantalón. Para resumir, no había nada demasiado importante que el muchacho pudiera robarme. Mi cuaderno, a quién le importa, un libro, para qué, la botella de vino quizás, el celular.
         –Ey –me dijo, y se inclinó un poco sobre mis cosas–. Ey.
         Lo miré.
         –Dame todo –dijo.
         –¿Qué?
         –Dame todo –se abrió un poco la campera, vi un brillo, algo de metal–. Dame todo lo que tengas, no te hagás el loco. Tengo un cuchillo. Dame la billetera, el teléfono, la guita, porque te corto de una.
         –No, loco –dije–. No te voy a dar nada.
         –¿Cómo? –dijo.
         –Que no te voy a dar nada –dije, y lo dejé de mirar. Volví a concentrarme en la pantalla.
         Se hizo una pausa, un silencio. La pantalla mostraba el trailer de una película de terror. Unos adolescentes que vivían en un pueblito, era otoño, era de noche. Cerca de un cementerio. Siniestras fuerzas hacían abrir las ventanas, se movían las mesas de lugar. Soplaba un viento muy fuerte, las fuerzas del mal o lo que corno fuese, venían a buscarlos. Los pibes corrían y gritaban, no paraban de gritar.
         –Ey –otra vez, el pibe. Con la visión periférica no distinguí ningún cuchillo, se inclinaba otra vez, para murmurar.
         Decidí no decir nada, no contestar.
         –Sí –dije.
         –Te la chupo –dijo el pibe.
         –¿Qué?
         –Dale, te la chupo –sonrió–. Dame cien pesos y te la chupo acá. Te hago acabar al toque, soy bueno de verdad. Además me gustás –me tocó con dos dedos el antebrazo.
         –No –dije, moví el brazo–. Prefiero las chicas, disculpá.
         Otra pausa. Otro trailer. Ahora de una película donde Julia Roberts paseaba por Nepal, le tocaba la trompa a un elefante, hablaba con un chiquito de cabeza afeitada y túnica naranja, como si fuera un Dalai Lama en miniatura. Un chiquito que al parecer le decía un par de giladas, pero en realidad le decía el sentido de la vida. Julia Roberts hacía un esfuerzo, ponía cara como de estar pensando.
         Bajaron todavía más las luces. Se ensanchó la pantalla. Ahora sí, empezaba la película.
         –Ey –dijo el muchacho, otra vez.
         Lo miré, le señalé, con un índice, la pantalla. Indicándole que la película estaba por comenzar.
         –¿De qué trata? –se inclinó hacia mí, se levantó un poco la gorrita–. La película, digo. De qué es.
         –De acción –dije–. Un asesino a sueldo que se da cuenta que está viejo, y le piden que haga un último trabajo. Se esconde en un pueblito de Italia, pero sabe, mientras se prepara, que también a él lo van a venir a matar. Actúa George Clooney, la crítica que leí dice que es buena. Igual es martes, son las cuatro de la tarde. Debería alcanzar.

10 comentarios:

Unknown dijo...

No se por que pero pero mientras leía no podía dejar de pensar en la frase de Mendieta:
"A veces la picardía crioya es sólo desesperación".

Como siempre muy buenos lo suyo.
Abrazo

Rob K dijo...

¿Asaltante, taxi-boy, o simple espectador de cine? Lo que ese pibe necesita urgente es orientación vocacional.

Partisano dijo...

Mezclamos un poco de xenofobia, mal gusto y falta de imaginación y nos da una entrada de JH. Casi como que el trillado anterior parece bueno.

J. Hundred dijo...

*bob harris! daría la mitad de las mujeres con las cuales he cogido, a cambio de una vuelta al parque con ese perro. un abrazo.

*rob k! soy contradictorio, contengo multitudes, dijo walt whitman (que no, no era el número cuatro del chelsea).

*partisano! que nos vaya bien a todos.

Unknown dijo...

Si me permiten elegir cuales entregaría a cambio, un 80% de esas mujeres sigue siendo un justo pago por un paseo con Mendieta

Anónimo dijo...

Considerando que tanto el autor del blog y estimo que varios de sus lectores, por minas que se han cogido, se deben referir a pajas y putas, más que entenderlos hasta casi siento pena por uds. Una perra que da gracias -a no sabe quien- por no haber sido cogida por tipos tan insuflados por su propia soberbia como uds. Ni siquiera una colilla de OxiBitué prendería por uds.

Mr. Kint dijo...

La gente suele dar una vuelta por aquí y tomarse al tiempo, como quien no quiere la cosa, para soltarle algún improperio, insultarlo o dejar cualquier tipo de comentario hiriente. En fin, exteriorizan su idea de que usted es un imbécil con plataforma mundial, un pelotudo sin fronteras, algunos usando términos más acertados que otros. Pero existe otro pequeño hatajo de seres que viene a leer sus textos y también le dejan comentarios donde señalan que es usted un maestro del relato, un escritor fenomenal, un pensador preclaro, en otras palabras, un genio al que solo 15 o 20 afortunados tienen acceso.
Ni unos ni otros comentarios deben preocuparme: por cada militante que viene a decirle idiota, aparece un trasnochado a decirle ídolo. El universo nos enseña, una vez más, el milagro de la armonía, las ocultas fuerzas de compensación, el balanceo de todas las ecuaciones.
Ahora, cuando nos acusan también a sus lectores de fervientes onanistas y extremista del sexo pago, ahí cambia la cosa. No, no es que me asuste que me llamen así, lejos está de ser la primera vez que recibo esos calificativos, lo que me asusta es que a mí hace mucho nadie viene a decirme que soy magnífico, que ni un perro se da una vuelta por mi chacra a restituir las supremas energías del equilibrio.
Le mando un abrazo.

PS. Los que acusan de xenofobia andan trabando las puertas del auto en los semáforos. Y los comentarios más hirientes suelen venir siempre de lectores anónimos, y bue, "incapaces de percibir las sutilezas tras las palabras, seres de pocas alegrías, de muchas navidades y pocas noches buenas" dijo el pensador boricua, Marco Jida.

Diego dijo...

A raíz de los diversos comentarios y como fervoroso creyente de la existencia de un equilibrio, le quiero decir que no sé si anotarme en llamarlo ídolo o referirme a usted como un pobre diablo más.
Cualquiera que sea el caso, sé que no le importará.
Usted escribe bien, Juan. Agradezco hondamente, todavía, que me haya hecho conocer a Saer, tipos como esos. El resto, es cuestión de si pochoclos dulces o salados.
Le hago llegar mis saludos.

J. Hundred dijo...

*bob harris! hacía mucho tiempo que no me cantaban un retruco así. punto para usted.

*anónimo! que nos vaya bien a todos.

*mr. kint! por leyes de los grandes números, por universales armonías que usted menciona y que, aunque ignoradas, rigen nuestro paso por la tierra, es natural para mí que las proporciones estén siempre en contra. por cada persona que me quiere tiene que haber, no sé, diez que me odian, o cien. eso, para mí, no es más que un dato del enunciado, nada que objetar al respecto. la alternativa sería, no sé, me encanta cuando veo a esa santa de los abrazos (sri mata amritanandamayi, cariñosamente llamada ‘amma’), que no habla, no dice nada, simplemente está ahí, abrazando a la gente, abrazando y abrazando, amor en el estado más puro que yo haya visto. no menos cierto es que la gente está muy sola, necesitan supurar en algún lado. he descubierto, no sin dificultad, no sin dolor, que todo el mundo se la ha pasado hablando del amor. desde all you need is love para acá, bueno, lo que se le ocurra. y yo he descubierto, decía, que el odio también es un exquisito motor. así como los taxis que pueden andar a nafta y a gas, para que lo comprenda la monada. bueno, muchas veces andamos con el combustible que podemos, que tenemos, que nos dan, y el tráfico es un espanto para todos. le agradezco entonces las homeopáticas dosis de empatía, lo saludo con genuino afecto.

*diego a! su defensa, por curioso que parezca, tiene todos los ingredientes de un ataque. resulta entonces apropiado citar al venerable ciego, aquello de ‘Dios es más generoso que los hombres y los medirá con otra medida’. también podría citar la frase de un amigo, que por suerte ya no es más mi amigo. decía él, repito yo ‘hacete coger por un canguro del bosque, con un cangurito en la bolsa’. leamos a saer (‘cicatrices’, ‘la pesquisa’, qué animal), leamos a abelardo castillo (los cuentos, y ‘el que tiene sed’), leamos a onetti (‘el astillero’, ‘juntacadáveres’, ‘la vida breve’, el cuento ‘jacob y el otro’, ‘la muerte y la niña’, ‘matías el telegrafista’, por Dios bendito y la virgen que llora lágrimas de fernet) y al viejo buk, y a raymond carver (cuentos como ‘tanta agua tan cerca de casa’, ‘catedral’, ‘parece una tontería’, ‘el gordo’, la perfección hecha relato), y a richard ford, y a houellebecq, claro, y a anthony burgess (‘poderes terrenales’, la ‘trilogía malaya’, esas novelas maravillosas), y a tantos otros (a mailer, a vonnegut, a cheever). qué carajo importa lo que usted me pueda decir, lo que yo le pueda responder. lo saludo con leve decepción.

Guillermo Altayrac dijo...

Jajaja. ¡Mirá las críticas que recibiste por este texto! La de Partisano, por ejemplo.
Opino todo lo contrario. Este texto es excelente. Podría pulírsele algo, seguramente, si lo leemos en detalle, pero me parece un texto genial. Uno de esos relatos en los que parece que no pasa nada, pero sí pasa. A mí me transmite una sensación deliciosa.
¡Felicitaciones!