20.8.11

La búsqueda del tesoro

P. me preguntó si lo podía ayudar. Éramos amigos hacía más de diez años, veinte quizás, cómo no lo iba a ayudar. Le dije que claro, le dije que sí.
Había muerto el papá de P., hacía más de tres meses. Tenía ochenta y tres años, el hombre, un alemanote retirado de la fuerza aérea al que sólo le gustaba ir a Pinamar a pescar. Había tenido un ovejero alemán, desde siempre, desde que lo habían pasado a retiro. Decía, el papá de P., que no le interesaban demasiado las personas. Decía que prefería tener un perro. Tenía un amigo con criadero de perros, y el papá de P. se llevaba un perro, bien de cachorrito. Lo tenía diez años, o doce, hasta que el perro se moría. Entonces, el papá de P. iba a ver a su amigo, que también había estado en la fuerza aérea, y se llevaba otro perro. Los perros se habían llamado Otto, Sigfrid, Hans. Pero me estoy yendo del tema.
El papá de P. le había dicho una vez, a P., que le iba a dejar los oros. Mientras tomaban cerveza y comían salchichas con chucrut un domingo cualquiera, el papá de P. le había dicho: ‘los oros, a vos te dejo los oros’.
Habían pasado más de diez años desde aquel comentario, y finalmente el papá de P. se había muerto. Pero no le había dicho más nada, de los oros. La ubicación, el escondite, por ejemplo, cuánto era. Al parecer, mientras uno se muere, mientras te estás muriendo, hay algunas cosas que te parecen más relevantes que otras, hay algunas cosas que te dejan de importar. Detalles.
P. había decidido alquilar el viejo caserón de Olivos donde el padre había vivido los últimos treinta o cuarenta años de su vida. Había que pegarle una lavada de cara, a la casa, y podía dejar unos buenos mangos de renta. Era una casa grande y estaba bien ubicada, en la mejor zona de Olivos. P., después de un segundo divorcio, vivía en un cómodo departamento en Belgrano.
Me pidió entonces P. que lo ayudara. Que lo ayudara a buscar los oros de su padre.
–Conociendo a mi viejo –dijo P. – los debe haber enterrado en el jardín. Necesito que me ayudes a buscarlos.
Arreglamos para encontrarnos el sábado, muy temprano. La idea era buscar los oros toda la mañana, y después ir a almorzar. Era verano, hacía calor, la idea de tomar unas cervezas frías hacía viable cualquier plan.
Me llevé un shorcito y unas zapatillas viejas en un bolso. P. trajo las herramientas, un pico, dos palas. Había conseguido prestado, de no sé quién, un detector de metales. P. había recibido instrucción militar siendo joven, era uno de esos tipos que para cualquier tarea, sin importar, justamente, la tarea, sabía cómo prepararse.
P. caminaba con el detector de metales de acá para allá. Metía un palo largo, de metal, como un caño de los que se usan para colgar las cortinas, en la tierra. Después pensaba un rato, sacaba el palo, y volvía a encender el detector que hacía un molesto zumbido. Después hacía, sobre el césped, unas marcas con un aerosol, pequeñas equis.
Era un lindo jardín, algo descuidado. De 8 x 12 quizás, con dos o tres árboles que daban buena sombra y habían ido creciendo más y más alto a lo largo de tres generaciones de la familia de P. Sus abuelos habían construido esa casa, unos cien años atrás.
–Acá –dijo P., muy serio, había metido la varilla y hasta yo, que no estaba prestando demasiada atención, sentí que la punta del palo había golpeado con algo, a unos dos metros de profundidad–. Cavemos acá.
Empezamos a cavar. Hacía un calor del carajo, y además no sé cavar. Para qué carajo tengo que saber cavar, trabajo en una oficina. Cuando trabajás en una oficina no hace falta cavar, ya estás en lo profundo. Sé viajar en subte y tomar café, eso sí. Sé caminar por Florida con la misma perplejidad y estupor que si estuviera paseando por las orillas del Ganges. Pero no sé cavar.
Trabajamos unos buenos veinte minutos. P. ablandó un poco el terreno con el pico, y después empezamos a palear, la tierra se volvía más oscura y húmeda, a lo lejos ladraba un perro de alguna casa vecina.
–Los oros –dijo P. después de resoplar por el esfuerzo–. Mi viejo no me iba a mentir. Tienen que estar.
Mi pala chocó algo con el filo, un sonido seco. Habíamos hecho un buen pozo de unos dos metros de diámetro, así que estábamos, P. y yo, dentro del pozo hasta la cintura, paleando tierra, como los dibujos animados. Igual igual.
–¿Qué es? –P. clavó la pala en la tierra, y se secó el sudor del rostro con un antebrazo. Yo estaba muy agitado, no daba más– ¿Un cofre? ¿Una caja de metal?
Habíamos comenzado a usar las manos para remover la tierra.
Lo primero que levanté fue una mano. Los huesos de una mano, una mano semicerrada, como si estuviera preguntando por qué. Casi de inmediato P. levantó un cráneo, que por el tamaño debía ser el cráneo de un niño muy pequeño.
Había mucho hueso, estaba lleno de huesos, brazos y piernas, huesos con manchas negras o verdes, el pedazo de una dentadura a la mitad de un grito o de una pavorosa mueca. Más manos, huesos de cuerpos apilados, los pedazos, cinco o siete, no sé.
Salimos del pozo, en silencio. Me senté sobre el pasto, el sol me daba en la cara, tenía el cuerpo cubierto de tierra y respiraba como un animal que acaba de estar corriendo por su vida.
P. estaba de pie, a un costado del pozo, mirando hacia abajo. Negaba con la cabeza, mientras se rascaba el pecho. El perro del vecino no paraba de ladrar.

15 comentarios:

Anónimo dijo...

atrapante el relato ,por que sera que los alemanes viejos siempre esconden cadaveres en su jardin? e escuchado muchas historias parecidas

yaz! dijo...

tal vez su amigo deba fijarse si escucah bien,o simplemente tener en cuenta q no todos los oros brillan.
mis mas sinceros saludos

Alelí dijo...

uhhh me reí con el principio, sobre todo con la descripción de los talentos de los oficinistas para luego quedar así sombría.

tremendo.

Denisa dijo...

no! me dejaste re mal! continuá el relato por favor!
me encanta como escribís.
saludos.

Dany dijo...

Por los oros se termino cagando la vida desde ese momento. Y el otro mejor que vuelva a la oficina y se olvide rapidamente ( si puede). Abrazo!

Eme dijo...

los oros, a mi me parece que termina como debe terminar, qué más hay que saber sobre lo que mueve al mundo? sin más que agregar, porque me sale re mal poner en palabras lo que pienso, saludos y hasta más ver!

J. Hundred dijo...

*anónimo! acusarme de poco original, bueno, es muy poco original.

*yesica! es cierto, es verdad, aquello de ‘no todo lo que brilla es oro’. he visto brillar algunos culos, for example.

*alelí! las chicas que han tenido la desgracia de conocerme pueden experimentar algo similar a lo que usted describe. reírse al principio, para luego quedar algo sombrías.

*ultrafina! como sucede, usted sabe, en algunas otras situaciones que hacen a la vida privada de las personas. a mí me encanta, que le encante. 1saludo.

*dany! siempre quise tener la oportunidad de utilizar la expresión ‘pobreza franciscana’. yo diría que se puede aplicar, la misma, a su comentario. aunque también se puede aplicar, más que tranquilamente, a mi texto que lo provoca. un abrazo.

*mc! me deja estupefacto descubrir que, algo que alguien manifiesta que le sale remal, a mí me sale rebién. toda una novedad, digo.

yaz! dijo...

seguramente q el mio no,lo opaca la parte de adelante diria calamaro,y vayamos a fumar al banco de una plaza.

Viejex dijo...

Me sorprendió lo abrupto del final. Me intriga saber que hace una vez pasado el impacto inicial un tipo como P., uno de esos tipos que para cualquier tarea, sin importar, justamente, la tarea, sabe cómo prepararse, en una situación así

Otra vez será.

Yoni Bigud dijo...

Bueno, también pudieron haber sido esos abuelos que construyeron la casa cien años atrás. Digo, los enterradores, no los huesos. No sé si eso serviría como consuelo. El hecho de ser, en vez de un hijo de puta, un nieto de puta. No puedo hablar desde la experiencia.

Lo que sí le puedo decir es que ese pequeño desplazamiento del vínculo con el monstruo, aunque más no fuera hipotético o mental, solo como posibilidad, como vía de redención, a mí me serviría para seguir cavando. Para seguir buscando los oros, que era el asunto que nos convocaba.

Un saludo.

Mr. Kint dijo...

Estos relatos suyos que aparentan venir de un antes que nos precede a todos y parecen no tener un final terminante, son una joya, un tesoro enterrado en el cenagoso barro de la memoria colectiva; y usted, con sus manos de gorila de oficina, esas que no sirven para el oficio de la pala, lo va desempolvando de a poco hasta dejar esta maravillosa gema. Ya lo dice el refrán: "cría Hundreds y te sacarán los oros".

PD: no me haga caso pero me hizo acordar a unos versos de otro Juan que decían "si dulcemente por tu cabeza pasaban las olas del que se tiró al mar/ ¿qué pasa con los hermanitos que entierraron?/¿hojitas les crecen de los dedos?/¿arbolitos/otoños que los deshojan como mudos?/en silencio"
Lo felicito. Un saludo para ud.

J. Hundred dijo...

*yesica! como usted diga.

*viejex! que nos vaya bien a todos.

*yoni bigud! la expresión ‘nieto de puta’, es un verdadero hallazgo de su parte. y ‘seguir cavando’, es un bellísimo título para una novela, para una vida. un saludo.

*mr. verbal kint! así como sucede, puede suceder, que alguien vea en una chica atributos que sólo la linterna del afecto logra iluminar, incluso allí donde probablemente no haya nada más que una bobalicona no demasiado agraciada, bueno, así suele dirigirse, usted, a la precariedad de mi persona. quiero decir, el observador mejora lo observado, por motivos que me son ajenos. motivos que agradezco y prefiero no desentrañar. un saludo.

Anónimo dijo...

A mí lo que realmente me preocupa es el problema de comunicación entre padres e hijos... Muy buen post.

Dany dijo...

Está en lo cierto! No habia tenido un buen dia.

Carla dijo...

qué c a r a j o.