20.3.11

Lugar común

En el bar, ya habíamos pedido el desayuno. Café con leche, tostadas, queso y mermelada, yo. Un jugo de naranja, ella. Preguntó tres veces, al mozo, a mí, y a alguien más imposible de individualizar, si era exprimido, el jugo. Después preguntó si era natural, el jugo también. Faltó que preguntara qué raza de pájaros habían fornicado sobre la rama de la cual había crecido primero, para caer después, la naranja, la naranja con la cual le debían estar preparando en ese mismo instante, el jugo, del jugo de naranja, exprimido, y natural.
Habló un rato desde antes que pidiéramos el desayuno. Mientras caminábamos las tres cuadras hasta el bar. Habíamos pasado la noche juntos, pero lo que se dice antes de coger (cuando conocés a una persona) no cuenta, lo que se dice mientras se coge y después, inmediatamente después, pertenece al lenguaje pero tampoco cuenta como conversación, en el sentido tradicional.
Ella habló, entonces, ponele que fueron diez minutos, mientras bajábamos en el ascensor, que quizás en ese momento, al bajar, cumplía funciones de descensor, mientras caminábamos las tres cuadras, mientras nos sentábamos y esperábamos que nos trajeran el desayuno, en el bar.
Ella habló, dijo que estaba en su mejor momento, que así se sentía. Que una mujer después de los treinta años entiende cosas que antes no sería capaz ni de pensar. Sí, de la vida en general, del sexo también, ahora cogía mucho mejor que antes, con menos tabúes, con más libertad. Y el divorcio le había hecho bien, ahora ya sabía lo que quería y lo que no quería de una relación, de los hombres, lo que podía suceder, lo que se podía esperar. Su psicoanalista le había dicho que después de sus vacaciones en el norte de Brasil (las de ella, no las del psicólogo que veraneaba por lo general en San Bernardo) la veía mucho mejor, más entusiasmada con la vida, había logrado, finalmente, dar un paso adelante y continuar. Estaba su hija, también, Josefina, su pequeño milagro, algo maravilloso que quedaba de aquella relación, y que había salido de ella, algo para ver crecer y cuidar y ser feliz a pesar de todo lo demás. Se cuidaba, ahora, le habían dado ganas de hacer gimnasia otra vez, de verse linda. Y de estudiar, un curso de fotografía, o de teatro quizás. La plata no alcanzaba, la plata nunca alcanzaba, pero la plata no era lo importante, la plata no te hacía feliz, porque cuando estabas mal, estabas mal aunque te invitaran a Pinamar y te llevaran en un BMW y fueras a cenar a un restaurante con velitas y tomaras el mejor vino que hay. Lo importante era despertarse cada mañana con ganas de hacer algo, de poner música y sentir que ahí afuera siempre pueden pasar cosas lindas, sólo se trata de estar con la actitud correcta para que las cosas te sucedan, nada más.
Vino el mozo, dejó el pedido. Mi café con leche, mis tostadas con queso y mermelada, su jugo de naranja en un vaso de treinta centímetros de altura, de un naranja tan potente como para iluminar una mañana de invierno.
–¿Por qué estás tan triste? –Le dije, le pregunté. Y ella se puso a llorar, parecía que no iba a haber modo en este mundo para que pudiera dejar de llorar.

12 comentarios:

MiCoCoLeMbA dijo...

La verborragia continua siempre se utiliza como recurso para esconder esas emociones de tristeza o frustración o disconformidad...

Pero siempre, siempre, hay alguien que ve más allá y cuando te hace una pregunta así de directa abre una puerta que no se puede volver a cerrar...

Si no me habrá pasado...


Un abrazo! Como siempre, un placer leerlo :D

Alelí dijo...

nunca había pensado lo del descensor!

y como dijo alguna vez un gran JH: "si sos feliz no me lo cuentes, se te nota" (sic).

besos

Sandra Montelpare dijo...

Sr Juan Hundred. lo milagroso del prota de este relato es que llegó hasta el instante en que la mina se pone a llorar. De haber tenido alguien enfrente con esa locuacidad y speech matinal lo pongo en MUTE y me voy raudamente a la mierda , lo dejo hablando solo y que llore la tristeza de los cítricos con los camareros. Excelente relato!!!!!

Anónimo dijo...

El problema està en la naranjas.

Anónimo dijo...

cghtgfhx

mimi dijo...

¿cuál es el lugar común? que la mina que cacarea mucho es por sus carencias? que al tipo le provoca ganas de masacrarla? o que el desayuno con naranjas es una porquería?

Jueves dijo...

tal vez su obseción con el temita del jugo sea un desplazamiento, tal vez sólo sea que la mina era medio hincha pelotas. De cualquiera de las dos maneras, nunca se deja de llorar.

sergio dijo...

Se creía una persona con tanta seguridad para después darse cuenta que no sabe si lo que quiere es un exprimido o un licuado.

Capusotto le diría emo...

J. Hundred dijo...

*micocolemba! sucede, pasa, que cuando uno logra ver aunque sea un poquito más allá, lo único que tiene ganas es de venirse más acá. un abrazo para usted.

*alelí! odio ser autorreferencial, pero últimamente no se me ocurre nada más entretenido que ser autorreferencial. el texto que usted cita se titula ‘no se nota’, es de junio del 2009. lo leo, lo vuelvo a leer, y no me queda más remedio que admitir, debo reconocer que ese tipo, jh, escribe genial. 1beso.

*sandra montelpare! muchas veces, el prota de este relato, el prota de cualquier relato, cuando escucha lo que le toca escuchar después de, piensa que quizás, el precio de ponerla sea demasiado alto.

*

*

*mimi! el lugar común es todo eso que usted menciona. y su comentario, también.

*jueves! la filósofa finisecular, la señora casán, dijo alguna vez la mítica frase, aquello de ‘si querés llorar, llorá’. yo agregaría ‘si querés llorar, llorá, si querés matarte, matate, pero por favor, no me arruines el desayuno’.

*sergio! que nos vaya bien a todos.

Dany dijo...

Excelente relato. No me gusta que me hablen en el desayuno y menos si es un catálofgo de lugares comunes. Bien Hundred!

Jueves dijo...

llorar sobre las tostadas no es mi idea sobre un desayuno nutritivo.

Abi dijo...

Pobrecita! Estaba todavía sufriendo el divorcio seguro!