16.5.07

Culpable de todo

Mientras desayuno en el bar, de frente al ventanal, media docena de hombres trabajan con carretillas, picos y palas. Son obreros. Cavan en el pavimento; es algo que llevan haciendo por días. Los hombres cavan; muelen el pavimento a golpes; transportan pesadas piedras. Cae una fina llovizna.
Yo lucho con una medialuna. Aplasto, con el vigor de mi cuchillo, que adquiere en el aire elucubraciones de batuta, un grueso y rectangular trozo de manteca sobre la esponjosa superficie de la medialuna, que cede en parte a la presión con una exhalación, un tenue susurro, para luego, sobre la base de manteca, explayar una generosa dosis de mermelada, que se acomoda, y parece que va a desbordar, pero no desborda, aguarda, expectante, la llegada del mágico mordisco hecho de la felicidad más pueril, de la estupenda y conciliadora reivindicación que permita creer en la alegría y alguna de sus hermanas menores.
De pronto, uno de los hombres levanta la vista y me observa. Es un instante, nomás. En su mirada se encuentra el odio en estado puro. Es la mirada de un animal herido y enojado, buscando dónde depositar su furia.
Ahora sé que yo maté a Kennedy, también.

3 comentarios:

Bugman dijo...

In your face, Jim Garrison!

Inática dijo...

Al fin y al cabo, todo es una cadena de odios. Y eso que algunos locoides aducen que el odio contiene a su opuesto.

J. Hundred dijo...

*bugman! debe usted saber que una cosa es comer un nugaton, y otra, bien distinta, es escuchar regaton.
*inática! a mi modo de ver: si el mundo fuera un restaurante, la entrada sería una cadena de odios, y el plato principal sería una cadena de errores.
*gracias.